Donald Trump no sólo es una de las personas más famosas del mundo actualmente, sino uno de los términos más sonados en todos los medios. El nombre que antes era sinónimo de negocios, dinero, edificios y fortunas (ganadas y perdidas) es ahora un sinónimo para racismo, radicalismo, extrema derecha, odio y miedo. El actual contendiente por la presidencia de Estados Unidos por el partido republicano ha construido una plataforma política sui generis; el hecho de tener un trasfondo distinto al de los políticos convencionales le ha hecho ganarse la simpatía de un sector de la población olvidado por la nueva ola progresista sobre la que Estados Unidos se ha ido edificando de algunos años a la fecha. Trump no sólo es un nombre, es una marca personal y, precisamente así es como se ha vendido en su carrera política. Veamos algunos de los aspectos del marketing político que Trump no sólo ha empleado, sino dominado al punto de adueñarse del término casi por completo.
Para muchos, incitar a la polarización y la radicalización sería una pésima estrategia de marketing político; a decir verdad, cualquier acto de creatividad o arriesgado es una gran bandera roja para muchas de las estrategias de marketing político y marketing electoral, ya que un error puede ser muy costoso. Sin embargo, ésa pareciera ser precisamente la estrategia de Donald Trump. Sus comentarios no sólo son incendiarios, sino que suben de tono cada vez y pareciera estar al pendiente de todas las noticias que se relacionen con su plataforma, para poder pronunciarse al respecto. Esto, lejos de dañar su imagen, reafirma su mensaje y, al hacerlo, despierta más indignación por parte de sus detractores.
Ahora, lejos de sólo ser polémico para llamar la atención, la forma en que Donald Trump se muestra ante el público está generando el impacto deseado. De hecho, para ser un multimillonario, su inversión en pautas televisivas es mínima en comparación con las menciones que recibe en este medio. Su apuesta, lejos de la autopromoción, es hacer que los otros hablen de él, bien o mal, pero que pongan su nombre bajo los reflectores. Trump se ciñe a una filosofía de no hay tal cosa como mala publicidad, y mientras hablen de ti, no importa si hablan bien o mal.
No sólo se trata, entonces, de mensajes subversivos gratuitos, sino que hay una estrategia clara que emula. En términos políticos, se le conoce como pinpointing the enemy, es decir, señalar al enemigo. No es casualidad que Donald Trump haya sido comparado con Adolph Hitler, quien también supo unificar al pueblo alemán contra un aparente enemigo en común; en su caso, los judíos. En el caso de Trump, son los mexicanos, los inmigrantes y el islam los que señala como los enemigos a vencer, los artífices de la decadencia de Estados Unidos como nación. Encontrar un chivo expiatorio es uno de los trucos más viejos del libro y, en este caso, Donald Trumpo pareciera sabérselo de memoria.
Un último aspecto de su estrategia de marketing político es la del culto a la personalidad. El magnate gusta de ponerle su nombre a todo y se ha encargado de hacer que ese nombre suene a solidez, genere confianza y se relacione con el dinero y el éxito, el color dorado es un favorito personal de Trump. Justo esa misma forma en la que construyó una marca a partir de su nombre es lo que está transportando directamente a su campaña política. El electorado no quiere votar por Donald Trump el hombre, sino por Donald Trump el personaje. Trump ha encontrado una manera de empatizar con los electores y de hablarles directamente, sin rodeos, de una manera humana, algo que los políticos no suelen hacer, en aras de promover una imagen construida y curada. El problema es que La imagen de Donald Trump lleva décadas construyéndose y la gente no alcanza a percibir en dónde termina la personalidad y en dónde empieza la verdadera persona con una posibilidad real de alcanzar la presidencia del país más grande del mundo.